La historia empieza a entender que las sociedades del pasado no podrían haber crecido a nivel social, tecnológico ni cultural si realmente las mujeres quedaban excluidas de las actividades sociales, económicas o comerciales. Una reinterpretación del pasado nos hace entender el presente, ya que ahora las mujeres ocupan no solo en los libros, sino también en la sociedad trabajadora, el lugar que le corresponde desde antes y desde siempre en la historia.
Las evidencias arqueológicas confirman que ya, desde época prehistórica, las mujeres junto a los hombres compartían las mismas actividades en el día a día de sus grupos: desde la caza y recolección a las labores de agricultura y ganadería. También toda clase de funciones especializadas en el tratamiento y la fabricación de textiles y herramientas. A todo ello se suma la maternidad y la educación de los más pequeños.
En época medieval, además de la crianza y la creación de espacios de vida y de relaciones, las mujeres se ocupaban de cuidar a los enfermos y de procurar el alimento a todos los individuos de la comunidad. Sin estas prácticas, las comunidades no podrían haberse mantenido. Un número reducido de mujeres privilegiadas también se dedicarán a trabajos intelectuales dentro del ámbito de la medicina, la farmacia, la política o la literatura, creando tradición, arte y cultura. En su mayoría de casos desde el anonimato y el uso de seudónimos masculinos.
Pero no sería hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX cuando los movimientos sufragistas y feministas reclamen desde la política y lo social el reconocimiento de la igualdad. Usando como armas el intelecto, el arte y la cultura. Gracias a su esfuerzo y dedicación se ha ido abriendo el camino para ocupar cargos representativos en todos los ámbitos políticos, sociales, científicos y culturales, aunque todavía queda bastante para cerrar la brecha de género en ámbitos cotidianos como la diferencia salarial o la conciliación familiar, entre otros.
Desde una perspectiva histórica somos conscientes que la presencia de las mujeres en las fuentes documentales ha sido duramente maltratada, ya fuere por sus escasas menciones con carácter peyorativo o al mero hecho de su ausencia. La mujer sería un ente invisible que no interesa mostrar a aquellos que nos legaron los legajos.
Es el momento de cambiar el discurso histórico y dejar de narrar nuestra historia “a medias”. Del mismo modo que “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, sabemos que si obviamos la mitad de la historia, nos privamos de conocer toda la verdad.
Dibujos de Irene Cano para la exposición “Petrer. Arqueología y Museo” del MARQ y para la exposición permanente del Museo Dámaso Navarro de Petrer.